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La democracia ascendente del emprendimiento

La palabra «emprender» sigue siendo un neologismo. Por mucho que en los últimos años, quizá en la última década, la hayamos empezado a utilizar y escuchar a menudo, la realidad es que el acto de «emprender» como sinónimo de «crear un negocio» sigue siendo novedoso.

 

Esto nos e debe solo al poco tiempo de uso, sino a una realidad socioeconómica a la que no podemos dar la espalda: un porcentaje ínfimo de personas pueden realmente emprender, o han podido toda su vida gracias a su holgada posición económica. La mayoría de personas jóvenes de clase obrera, sin embargo, y en particular las mujeres, se han dado de bruces contra un techo al intentarlo.

 

Ese techo es financiero, pero lo financiero se relaciona de una manera muy estrecha con las actuales discriminaciones.

 

La situación está empezando a cambiar, es cierto, y precisamente gracias a los movimientos populares de clase obrera. Las personas de treinta años o menos, o incluso más, que no tienen la posibilidad de ahorrar o de emplear una herencia familiar en la creación de su empresa, exigen al estado la creación de ayudas públicas que les sirvan de impulso.

 

Cada vez hay más, al igual que cada vez hay más talleres, charlas, conferencias y eventos relacionados con el emprendimiento y que pretenden servir a estos jóvenes de plataforma para promocionarse y obtener clientes. Esto es importante sobre todo en el caso de los negocios recién nacidos, algunos de ellos subvencionados mediante el uso de préstamos rápidos de WannaCash.es. Un préstamo que necesitan convertir en beneficios y en retorno de la inversión realizada.

 

Si esta racha ascendente y todavía tímida sigue creciendo, si las desigualdades y la brecha salarial y económica disminuyen por fin, probablemente el futuro nos traiga un panorama de pequeñas empresas diversas que compiten en igualdad de condiciones.

 

Esto es bueno para el mercado y para los usuarios, pues disminuye el control corporativo de los monopolios y los oligopolios, que imponen políticas de compraventa a menudo abusivas que derivan de manera directa de su poder financiero. El mercado, en todos los sentidos, es un microcosmos social.